Texto en español🇦🇷
Naushki in der Republik Burjatien ist der Grenzort zwischen Russland und der Mongolei. Wir halten kurz vor acht am Abend des 13. und lassen die Grenzkontrollen über uns ergehen.
Zunächst einmal klappert und wackelt es gefährlich; offenbar werden einzelne Wagons ab-, an- oder umgehängt. Wir hören nur die schrill scheppernden Geräusche und dürfen den Zug auch nicht verlassen. Wer aufs Klo muss, hat Pech – abgeschlossen. Darüber hatte der Schaffner allerdings via Google translator informiert.
Dann geht es los: Die Grenzer schwärmen aus. Erst kommt ein ganz Junger, der unsere Pässe genau untersucht und sie mit Ausreisestempeln versieht. Damit haben wir Russland nach einem unvergesslichen Monat nun offiziell verlassen.
Etwas später erscheint eine Frau, die uns Taschen und Koffer öffnen lässt, gefolgt von einer Art Guerillakämpfer in Montur, der noch mal in alle Ecken guckt und sich in Springerstiefeln auch das Leiterchen hochwuchtet, um die obere Koje zu besichtigen. Der krönende Abschluss ist der Drogenhund mit seinem Hundeführer. Wehe, er schnappt sich unsere teure italienische Salami! Tut er nicht. Gut und lieb. Fast zwei Stunden soll es dauern, bis der komplette Zug kontrolliert ist.
Übrigens werden nicht nur die Reisenden, sondern auch das Personal überprüft. Die chinesischen Schaffner müssen sogar die Deckenklappen im Gang öffnen. Was mir am besten gefällt: während der Kontrollen bleiben die Türen geöffnet und der kalte Zigarettenrauch wabert raus.
Was die Mongolen dann etwas später vorhaben – wir lassen uns überraschen. Soll aber auch fast zwei Stunden dauern.
Zunächst fährt der Zug noch 45 Minuten, die wir für ein Abendbrot-Picknick nutzen: Brot, Butter, Salami, Schmierkäse, Tee.
Gebremst wird an der nächsten Grenzstation. Zunächst guckt sich eine Lady die Einreisezettel an und wünscht uns „welcome to Mongolia“. Die nächste in Camouflage salutiert zackig und will nur den Waschraum sehen. Danach kommt wieder einer mit seinem Drogenhund, dann kassiert der letzte die Pässe. Mir fallen die Augen zu und Juan bekommt die Dokumente sehr kurz vor der Abfahrt des Zuges zurück.
Die Nacht ist heftig: die Koje bretthart, ungemütlich. Juan oben geht es noch ärger: da tockt auch noch staendig irgendetwas aufs Dach. Kurz vor halb sechs erklären wir die Nacht erleichtert für beendet. Leider ist der erste Kaffee nur lauwarm- der Boiler/Samowar wurde offenbar nicht nachgeheizt. Das geschieht hier übrigens mit Kohle. Am Ende des Wagons guckt man in die Glut.
Eine Stunde später sind wir in Ulan Baator, steigen einen Moment aus: es ist klirrend kalt, minus sieben Grad in der kältesten Hauptstadt der Welt. Wir haben nur ein paar Minuten, in denen die Abteile für neue Gäste gerichtet werden. Nun müssen sich die Schaffner einen anderen Platz suchen; unser Wagon ist voll. Amerikaner, Franzosen, Belgier. Und wir.
Gefrühstückt wird im mongolischen Speisewagen, der für sich schon fast die Reise wert ist. Viel Geschnitztes, Pferdeköpfe an den Wänden, nettes Personal. Es gibt guten Kaffee, zwei Spiegeleier und 1 Scheibe Graubrot, wir zahlen in Rubel, 1200. Das sind knapp 18 Euro, ist also üppig.
Den Tag verbringen wir damit, uns vom Zug aus Jurten anzusehen, die hier Ger heißen. Auch in Ulaan Bator mischt sich moderne Architektur mit diesen traditionellen Rundzelten der Nomaden. Außerhalb der Stadt hört die dichte Besiedlung schlagartig auf.
Wir sehen – leider immer durch diese schmutzigen Fenster – die ersten Tiere. Greifvögel, die mächtig genug sind, ein Lämmchen zu packen. Dann Kühe, Schafe, Ziegen. Und Pferde. Sie sind klein, wirken ungeheuer robust und erinnern ein bisschen an Isländer. Für einen Moment sehe ich die größte Herde, die ich im Leben gesehen habe. Es sind Hunderte! Der Franzose von nebenan und ich sind baff: wow!
Juan entgeht dieser Anblick, dafür entdeckt er etwas später die ersten Kamele. Es gibt zwei, drei Stops in für uns namenlosen Dörfern hier in der Mongolei. In einem bieten die mongolische Entsprechung der russischen Babuschkas Getränke, Chips und Pelmenis an.
Weiter geht es vorbei an Pferden und Kamelen Richtung Wüste Gobi. Was höchst bedauerlich ist: In dr Nähe jeder Jurze, jedes Dorfes und jeder Stadt häuft sich der Unrat. Plastik überall, leere Dosen – der Dreck frisst sich bis in die Wüste Gobi.
Acht Stunden haben wir Zeit, uns diesen berühmten Fleck Erde anzusehen, dann beginnen die Einreiseformalitäten für China und das Umsetzen der Wagons auf die breiter Spur. Insgesamt fünf Stunden Aufenthalt sind geplant. Wir sind gespannt.
Erst einmal halten uns die Mongolen fast zwei Stunden auf. Wieder werden die Pässe eingesammelt – das dauert alles. Wenigstens können wir im Zug bleiben. Beim nächsten Stopp, eine halbe Stunde später, müssen alle die Transsib verlassen. Wir sind in China! Die gesamte Einreise ist harmlos, aber dann beginnt die Warterei. Unser Zug wechselt die Spurbreite, Früher durfte man zusehen, wie der ganze Zug angehoben und auf ein anderes Fahrwerk gehievt wurde. Jetzt bekommen wir davon nichts mit, sitzen aber warm und trocken in einer großen Halle. Und warten bis nach Mitternacht, bevor es endlich weitergeht.
Naushki en la República de Buriatia es la ciudad fronteriza entre Rusia y Mongolia. Nos detenemos justo antes de las ocho de la noche del día 13 y dejamos que los controles fronterizos hagan su trabajo con nosotros.
Los vagones empiezan a vibrar y se tambalean peligrosamente; aparentemente, están agregando vagones o enganchando y liberando otros. Sólo oímos los estridentes ruidos y no se nos permite salir del tren. Si tienes que ir al baño, no tienes suerte, están encerrados. Sin embargo, el encargado del vagón, nos había informado de ello a través del traductor de Google de su teléfono móvil.
Los guardias fronterizos son muchos y se apiñan. Primero viene un hombre muy joven que examina nuestros pasaportes cuidadosamente y los sella con sellos de salida. Hemos salido oficialmente de Rusia después de un mes inolvidable.
Poco después aparece una mujer que nos hace abrir las mochilas y las maletas, seguida de una especie de guerrillera, vestida de guerrillero, que vuelve a mirar en cada rincón y inclusive la litera de arriba. El final como coronación traen un perro olfateados de droga con su adiestrador. ¡No dejes que agarre nuestro caro salami italiano que tenemos en una bolsa, pensamos! No lo hace por suerte el bueno y dulce. Deberán pasar casi dos horas hasta que se controle el tren completo.
Por cierto, no sólo se controla a los viajeros, sino también al personal. Los conductores chinos incluso tienen que abrir los paneles del techo del pasillo del vagón.
Todo esto pasa del lado ruso. Lo que los mongoles están planeando un poco más adelante del lado de Mongolia, nos dejamos sorprender. Pero sabemos que también va a llevar como dos horas.
Luego del primer control, el tren sale y hace un viaje corto durante 45 minutos, que utilizamos para un picnic cena en nuestro compartimento: Pan, mantequilla, salami, queso, té.
Frena en la siguiente estación fronteriza. Primero viene una señora del control fronterizo, mira los formularios de entrada y nos dice „bienvenidos a Mongolia“. El siguiente en Camouflage saluda y sólo quiere ver el espacio de la ducha. Luego viene otro con su perro de drogas, y el último recoge los pasaportes. Mis ojos se cierran y me duermo, Juan recupera los documentos, después de una hora y media, poco antes de la salida del tren.
La noche es difícil, la litera es dura como una tabla, incómoda. La de Juan arriba es aún peor, hay algo tocando en el techo todo el tiempo. Poco antes de las cinco y media declaramos la noche por terminada, con alivio. Desafortunadamente el primer café sólo está tibio – la caldera/samowar obviamente no fue recalentada. Por cierto, eso se hace en este tren con carbón. Al final del coche, se pueden ven ver las brasas por una entrada.
Una hora más tarde estamos en Ulan Baator, salimos un momento, hace mucho frío, siete grados bajo cero en la capital más fría del mundo. Sólo tienen unos minutos para preparar los compartimentos para los nuevos huéspedes. Ahora los encargados del vagón no pueden dormir más cerca nuestro, tienen que encontrar otro lugar; nuestro vagón está lleno. Americanos, franceses, belgas. Y nosotros.
El desayuno se sirve en el vagón restaurante mongol, ya al verlo, valió la pena el viaje, decorado con muchas tallas de cabezas de caballo en las paredes y buen personal. Hay buen café, dos huevos fritos y una rebanada de pan gris, pagamos en rublos, 1200. Eso es casi 18 euros, bastante caro.
Pasamos el día viendo yurtas llamadas Ger desde el tren. También en Ulaan Bator la arquitectura moderna se mezcla con estas tradicionales tiendas redondas de los nómadas. Fuera de la ciudad, la densa población cesa abruptamente.
Vemos -desgraciadamente siempre a través de estas ventanas sucias, a los primeros animales. Aves de presa lo suficientemente grandes como para agarrar un cordero. Luego vacas, ovejas, cabras. Y caballos. Son pequeños, parecen increíblemente robustos y recuerdan un poco a los islandeses. Por un momento veo la manada más grande que he visto en mi vida. ¡Hay cientos de ellos! El francés de al lado y yo estamos desconcertados: ¡wow!
Juan no los pudo ver, pero un poco más tarde descubre los primeros camellos. Hay dos o tres paradas en pueblos de Mongolia que no tienen nombre para nosotros. En uno de ellos, el equivalente mongol de las babushkas rusas ofrece bebidas, patatas fritas y pelmenis.
Continuamos viendo caballos y camellos hacia el desierto de Gobi. Desafortunadamente cerca de cada Jurze, de cada pueblo y de cada ciudad se acumula la basura. Plástico por todas partes, latas vacías – la suciedad se acumula hasta el desierto.
Tenemos ocho horas viajando y viendo este famoso lugar, luego comienzan las formalidades de entrada a China y el traslado de los vagones a la vía ancha. Un total de cinco horas de estancia están previstas. Estamos ansiosos.
En primer lugar, los mongoles nos retuvieron durante casi dos horas. Los pasaportes se recogen de nuevo, todo lleva su tiempo. Al menos podemos quedarnos en el tren. En la siguiente parada, media hora después, todos tienen que dejar el Transiberiano. ¡Estamos en China! Toda la entrada es muy simple, pero luego, comienza la espera. A nuestro tren le tienen que cambiar los conjuntos de ruedas, a la trocha ancha de China.Antes se podía ver cómo se levantaba todo el tren y se hacia el cambio. Ahora no es más así, hay que esperar sentamos calientes y secos en un gran salón. Hasta después de medianoche antes de seguir viaje.