Mit dem Zug nach Shanghai

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Die Stadt Taiyuan und wir kommen kurz nach fünf zu uns. Ein Stündchen später stehen wir am Frühstücksbüffet unseres 5-Sterne-Hotels Bing Zhou. Das gesamte, umfangreiche Angebot ist auf den asiatischen Geschmack zugeschnitten, in einem Eckchen gibt es Spiegeleier, lasches Toastbrot. Nicht dramatisch. Nur leider: die einzige Kaffeemaschine funktioniert nicht.

 

Im Taxi zum weit entfernten Südbahnhof von Taiyuan – wieder so ein Monsterding. Unser G-Zug fährt kurz vor neun Richtung Shanghai. Vor uns liegen neun Stunden im Zug, dafür haben wir uns vorsichtshalber 1.-Klasse-Tickets gekauft. Damit es ein bisschen gemütlich wird auf der rund 1200 km langen Strecke.

Gemütlich? Es wird nicht nur durchgehend laut telefoniert. sondern dazu geschnarcht, gerotzt, gebrabbelt – ohne Ende. Bei jedem der zahlreichen Stops freut man sich, wenn eine Nervensäge aussteigt, aber die nächste ist schon am Start. Zweimal während der Fahrt werden die Sitze umgedreht, weil offenbar Kopfbahnhöfe angelaufen wurden – bringt auch keine Ruhe in den Laden.

 

Während wir die Natur, die Dörfer, die Siedlungen, den Yangtze bewundern, geht das Gekreische um uns herum weiter. Als wir endlich in Shanghai einfahren, ist es dunkel und wir sind erledigt. Nur noch ein Taxi und ab in die Stadt, die gut 15 Kilometer vom Bahnhof Hongqiao entfernt ist. Es blinkt und glitzert um uns herum, der Mond ist fast voll – darum kümmern wir uns morgen. Der check-in in den Green Court Service Apartments auf der 55 W Beijing St geht fix, das Zimmer mit Küchenzeile ist groß und sauber.

 

So gern wir den Tag auf der Stelle beenden würden: Wir haben einen Bärenhunger, denn außer dem Spiegelei frühmorgens gab es ja nichts. Also noch mal raus, vorbei am Marriott und direkt in die nächste Mall zu irgendeinem Japaner. 

 

Dann hält uns nichts mehr auf den Füßen; Im Vorbeigehen schnappen wir in einem family mart zwei Bier und zwei Hägen däz belgische Schokolade. Damit geht dieser anstrengende Tag dem Ende zu.

 

La ciudad Taiyuan y nosotros nos despertamos después de las cinco. Una hora más tarde estamos en el desayuno buffet de nuestro hotel de 5 estrellas Bing Zhou. Toda la extensa gama de comidas está adaptada a los gustos asiáticos ( sopas, pescado, fideos,etc., solo encontramos huevos fritos y tostadas en un rincón. No es dramático. Desafortunadamente, la única máquina de café no funciona.

En un taxi vamos a la estación sur de Taiyuan – otra estación monstruosa. Nuestro tren G sale justo antes de las nueve hacia Shanghai. Nos esperan nueve horas en el tren, pero nos hemos comprado billetes de primera clase por precaución. Para que se vuelva un poco acogedor en los aproximadamente 1200 km de largo recorrido.

¿Si estamos cómodos en el vagón? No sólo hay, conversaciones telefónicas continuas y ruidosas de varios pasajeros, sino también ronquidos, gruñidos, balbuceos – sin fin. En cada una de las numerosas paradas nos sentimos felices cuando uno de estos charlatanes con teléfono móvil, se baja, pero el siguiente ya está entrando. Dos veces durante el viaje los asientos se giran, porque al parecer son estaciones de cabecera y el tren sale en la dirección contraria. lo que tampoco brinda mucha paz en el vagón.

Mientras admiramos la naturaleza, los pueblos, los asentamientos, el Yangtsé, los gritos continúan a nuestro alrededor. Cuando finalmente llegamos a Shanghai, está oscuro y estamos muy cansados. Un taxi hasta el centro de la ciudad, que está a unos 15 kilómetros de la estación de ferrocarril de Hongqiao, donde llegamos. La ciudad destella y brilla a nuestro alrededor, la luna está casi llena – de ella nos ocuparemos mañana. El check-in en los Green Court Service Apartments en la calle Beijing 55 W esta hecho, la habitación con cocina americana es grande y limpia.

Por mucho que nos gustaría terminar el día ahora mismo: Tenemos hambre de oso, porque no había nada más que el huevo frito por la mañana temprano. Así que salimos de nuevo, pasamos frente al hotel Marriott y vamos directamente al siguiente centro comercial, donde encontramos un restaurante japonés.

Después nada nos mantiene de pie; camino a nuestro departamento compramos dos cervezas y dos helados de chocolate en un family mar, pequeño quiosco y ponemos fin a este día agotador.

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